El fin del principio

El público no soporta un espectáculo de incertidumbre que nunca llega a su fín, claro que no, necesita que las canciones terminen, por eso aplauden los finales, o más catastrófico, confunden los silencio con finales y ahí nomás se escucha el eco del aplauso errado de dos o tres que queda sonando paralizado; no sería ilógico sosteniendo éste pensamiento que alguien del publico dijera:

-"Otra! otra! así aplaudimos un final más, dale! una del Indio que me encanta y disfruto más aplaudir el final de algo que me genera una sonrisa".

Asusta.

Están dispuestos a aplaudir finales y el que está en el escenario ruega que lo acompañen en el desenlace de la canción, en los ritmos, o compartan el camino de acordes que abrigan el insomnio musical de quien las pronuncia, porque las canciones se abandonan.

Creer es dar, dar es compartir, entregar como regalo una canción a las mentes de libre albedrío conjugadas con la interpretación de la experiencia individual, única.

El "otro", el público, quien escucha, deja de ser un ejercicio de soledad nocturna en un bar y adopta un sentido que acepta un sistema de coordenadas que tiene como brújula una melodía, una letra, un ritmo en busca de palabras, o el sonido de ciertas palabras en ciertas bocas, o, refugiándome en los perceptivo, porque no los ojos de otra persona, lo ajeno, la incógnita...

no lo sé, tampoco me importa averiguarlo, sé que existe, está, ahí...

en el magnífico encuentro de esos instantes en donde la respiración es desplazada por la aspiración voluntaria de lo ajeno que, accidentalmente en un infinito de causa y efecto se transforma en inspiración.